Muchos se acercaron a él, algunos se intimidaron; otros prefirieron aprovechar la oportunidad y saludarlo; y otros debieron salir corriendo cuando sacó su escopeta doble cañon y largó a sus perros
Dicen que Salinger, trás el éxito de "El guardian entre el centeno" se volvió un ermitaño, pero eso no es del todo cierto; sino que, simplemente, se rehusaba a la fama: autógrafos, biografías no autorizadas, flashes, cámaras de TV...
Porque salir, salía. Se compró una granja de 36 hectareas en Cornish, New Hampshire y buscó tener la vida más normal que su fama le dejaba. Iba al pueblo a hacer las compras; al correo a recoger las cartas; como cualquier vecino.
De todos modos, cada tanto, aparecía un fotógrafo por la zona siguiendo sus movimientos. Un día, a finales de los 80s, dos fotógrafos amateurs, Paul Adao y Steve Connolly lograron encontrarlo a la salida del supermercado.
Claro, no eran los únicos que se habían acercado; muchos lo hicieron pero algunos se intimidaron; otros prefirieron aprovechar la oportunidad y saludarlo, simplemente; y otros debieron salir corriendo cuando sacó su escopeta doble cañon y largó a sus perros.
Estos chicos tuvieron suerte porque Salinger no iba al supermercado armado, aunque no se olvidaban de que era un hombre de un metro noventa, que había desembarcado en Normandía en la segunda guerra mundíal y había llegado a Paris; que desde entonces no había sido el mismo, sino el Salinger que todos conocemos por la sordidez de su prosa. De igual manera, cuando lo vieron, uno de ellos se bajó del auto y empezó a fotografiar. Salinger se enfureció, desvió el camino hacia su destartalado Jeep y se fue sobre ellos, tirándoles encima el carrito de las compras.
Por suerte para todos nosotros, el que estaba aun en el auto pudo disparar su cámara y consiguió una foto icónica: Salinger enfurecido, golpeando su vidrio. Luego se tapó la cara, cargó el Jeep y se fue a toda velocidad, ayudado por los otros clientes; vecinos de Salinger, que increparon a los fotógrafos para que lo dejaran tranquilo.
Algo que confirma que Salinger no era un ermitaño sino simplemente un hombre que no quería ser tratado como una celebridad. De hecho, cuando las ventas de "El guardián entre el centeno" no paraban de crecer, obligó a la editorial a que quitaran de la contraportada la foto de su cara.
Pasó diez años escribiéndolo y el resto de su vida arrepintiéndose.
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