
"Aunque a veces parece un deporte extremo, la crianza compartida me está enseñando que todos podemos crecer mucho más cuando dejamos espacio para el otro"
Por @deunamamareal
A ver: ser mamá era el sueño de mi vida y, de hecho, siento que tenía todo muy claro; qué valores quería y quiero enseñarle a mi hijo, cómo tratar sus berrinches, hasta cómo quiero que mastique los vegetales, si alguna vez llegara a comerlos. Pero el detalle que me olvidé es que había otra persona en la ecuación: mi pareja, que no es exactamente como yo en términos de crianza. Y eso… bueno, ¡es un desafío diario!
La realidad es que uno piensa que el rol de mamá viene, si no solitario, con total libertad para decidir cada cosita, ¿no? Y ahí es donde me doy cuenta de que en mi cabeza (y solo en mi cabeza), la maternidad era un proyecto sólo mío, olvidándome de que iba a existir un tercero; y claro, es hoy que me veo con Dami discutiendo si el nene come o no come tal cosa, cómo debemos manejar el tiempo de pantalla o si hoy es el día para “hablar de límites” y de qué forma abordarlos; Y ahí está el eterno tire y afloje de casi todos los días.
Yo crecí con una madre que hacía todo, todo, todo; desde turnos en el médico, el lavado de la ropa, llamarnos para bañar, para comer, pensar en las actividades, ¡y también tenía tiempo de ponernos en penitencia con cara de “se terminó la joda” cuando hacía falta! Mi papá, por su lado, aparecía los fines de semana, y esos días se sentían como vacaciones de verano con snacks, permisos extras y diversión asegurada. Así que, para mí, la crianza era algo que naturalmente haría una madre. Básicamente porque, en mi caso, me crie con padres separados. Los días de semana eran de tareas, ordenar, horarios, obligaciones, juegos también – claro-; pero los findes con papá… bueno, eran súper divertidos 24/7.¡Mi vieja era lo más, eh!, para mí, siempre la number one; prefiriéndola por sobre cualquier otra persona del planeta, y así como era con la que jugaba todos los días, también era la que decidía como se hacían TODAS las cosas.
Entiendo que, si traslado esta situación a cualquier “familia tipo” de esos tiempos, las cosas no eran distintas; quizá como diferencia los papás estaban en la casa todos los días luego de trabajar y son quienes suelen – a su vez- ser un poco más estrictos, o serios; pero siempre son los copados para jugar, mientras que las mamás hacían (y hacemos) todo el resto que implica criar… Entonces ¿Cómo no iba a suponer qué, si yo también me convertía en madre, no iba a decidir el 90% de las cosas que definirían la educación de mi hijo?
Tengo amigas de todo tipo: las de toda la vida, las del gym o pilates, y las “mamás amigas”. Y sí, aunque estemos en una salida sin hijos, ellos siempre acaban saliendo en la conversación (dudo que esto pase en una salida de papás sin hijos). Lo interesante es que, como mis amigas vienen de distintos grupos, también tienen edades variadas, así que hablamos de nuestras maternidades desde diferentes épocas y perspectivas e incluso diferentes expectativas, y siempre llegamos a lo mismo: todas hacemos todo.
Hoy, es cierto que los papás están mucho más presentes en cosas en las que antes no participaban, y eso va de la mano con el derrumbe de algunos paradigmas sobre la maternidad, algo de lo que ya hemos hablado antes. Pero, aun con estos avances, hay ciertas áreas en las que seguimos cargando con la batuta: los turnos médicos, las comidas, los paseos, las citas escolares, el temita de los pañales... En fin, hay asuntos en los que la integración va a paso lento.
Debo confesar que esos cambios también los tengo que trabajar yo. Vengo de una familia que, para los estándares de antes, era bastante disfuncional y muy machista. Así que, a veces, intento detenerme y pensar: ¿cómo puedo pedirle a Dami que comparta de igual a igual la crianza de Donatito, si en las pequeñas cosas me cuesta soltar y dejarlo hacer? O, peor aún, ¿cómo espero que él tome la iniciativa si, en su propia casa, su mamá se encargaba de absolutamente todo? Después de años de terapia, he entendido que no puedo esperar que el otro “sepa” o “adivine” lo que necesito. Aunque criar pueda parecer algo ligado estrictamente a lo biológico y lo natural, romper patrones requiere un esfuerzo consciente, que quizá no todas las personas estamos dispuestas o preparadas para romper.
En nuestro caso, el cambio tiene que ser de ambos lados: él tomando más la iniciativa y yo soltando el control sin frustrarme en el intento. Porque, por suerte, hoy criar a un hijo es una aventura para dos.
Así que aquí estamos: entre pañales, decisiones de colegio, límites, negociaciones de comida y todo lo demás que implica este trabajo de equipo. Y aunque a veces parece un deporte extremo (con sus momentos de drama y también de comedia), la crianza compartida me está enseñando que se puede crecer mucho más cuando dejamos espacio para el otro.
No es fácil soltar la batuta, ni dejar de lado la imagen de la madre todopoderosa que llevamos dentro, pero cada vez que damos un paso en equipo —Dami tomando decisiones y yo respirando profundo para no intervenir—, logramos algo valioso. Porque, en el fondo, eso de crear un "nosotros" en la crianza no solo es bueno para Donatito, sino que también hace que nosotros, como padres y pareja, nos redescubramos en el proceso.
La maternidad compartida es todo menos un proyecto en solitario, aunque de vez en cuando tengamos que recordárnoslo. Sigamos construyendo un camino más equitativo y divertido, ¡uno donde la medalla de oro es ver a nuestros hijos crecer felices y sanos!
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