"En mi caso, y me atrevo a decirles que a ustedes también les pasa, me siento invadida por tantas culpas que necesitaría más de un texto para mencionarlas a todas, pero les comparto algunas"
Por @deunamamareal
Cuando era una niña, me llamaba la atención que mi mamá y sus amigas supieran tanto sobre cómo cocinar cada corte de carne, o -por ejemplo- como coser un dobladillo, y me convencí de que cuándo las mujeres nos convertíamos en madres se nos insertaba un chip con la información necesaria para criar un hijo. Por ejemplo, matchear cada trozo de carne con su cocción, bañar a un bebé sin que se ahogue, y hasta obtener, de repente, conocimientos de geometría.
Sabemos que cuándo nuestros hijos nacen, e incluso antes de que lo hagan, nos corremos a un costado como humanas que sienten, que necesitan cuidarse, y nos olvidamos por completo de que somos mujeres. Sí, sé que cuesta mucho encontrar esos momentos ¿pero es sólo eso? ¿O es que nos inunda un popurrí de prejuicios, miedos, y demás cosas? ¿Es realmente imposible tener nuestro momento cómo mujeres?
Pienso mucho acerca de que hoy tengo todo lo que siempre deseé y, aun así, hay días en que me siento triste, o cansada, o me pregunto “que pasaría si -por ejemplo- no existiera mi hijo”. También enumero la cantidad de cosas que haría o podría hacer si él no estuviera en mi vida. La verdad que serían varias. Las principales: dormir, bañarme en más de 5 minutos, e incluso, poder ir al baño sola.
Entonces, cómo me encuentro en mi “presente soñado”, no me permito estar triste o cansada o replantearme ese tipo de cosas, porque #TengoTodoLoQueQuierenLasGuachas.Y adivinen ¿qué? Me siento culpable…
CULPA, qué cosa esto que nos invade a las mamás, ¿no?
Al parecer, cuando al convertirnos en mamás se nos actualiza el chip con una interminable lista de nuevos conocimientos, en el pack- y en una especie de promoción eterna- viene una lista sin fin de culpas.
En mi caso, y me atrevo a decirles que a ustedes también les pasa, me siento invadida por tantas culpas que necesitaría más de un texto para mencionarlas a todas, pero les comparto algunas: siento culpa por estar con mi hijo jugando todo el día y no ocuparme de mí o de la casa, y si me ocupo de la casa, siento culpa por no estar las 24 horas completas con él.
Me convencí de que cuándo las mujeres nos convertíamos en madres se nos insertaba un chip con la información necesaria para criar un hijo.
Culpa porque no tengo ganas de cocinar a la noche y mi niño termina comiendo “porquerías” (y ni que hablar de lo mala esposa que me hace sentir). Culpa por “trabajar menos” -y, en consecuencia- traer menos dinero a la casa. Culpa por estar haciendo “solo” de madre, ama de casa, esposa, emprendedora, empleada, mujer; cuando mi pareja trabaja todo el día.Culpa por estar cansada y sin energía para jugar con mi bebé; culpa por sentir la necesidad de estar sola y por querer que se duerma temprano. Culpa por sentir que no estoy dando lo mejor de mí.
Culpa por cada decisión que tomo, sintiendo que quizá yo no era la mejor para criarlo cuando veo a otras madres con sus bebés. Culpa si dejo a Donato con alguien (o en la guardería) para poder hacer algo por mí. Culpa si llora y me escondo en el baño. Culpa por perder la paciencia.
Con el tiempo me convencí de que la maternidad no es más que supervivencia pura y aprendizaje continuo. También es un acto de amor puro, sin dudas, en el que cada una de nosotras hace lo que mejor esté a su alcance.
CULPA DE SENTIR CULPA.
Y cuando lo cuento muchas personas me responden cosas como “pero pensá en lo lindo, disfruta de todo lo que tenés, disfruta que la vida es una, no te quejes que el tiempo pasa rápido, cuando yo era joven…”, como si por el sólo hecho de ser madre pierdo todo el derecho de sentir otras cosas más que amor puro y felicidad; y pienso… ¿eso de la felicidad plena y absoluta está dentro del chip también? Porque si es así, el mío vino fallado.
Honestamente, esos comentarios desestabilizan, porque lejos de hacernos sentir mejor -que entiendo que es el propósito de la mayoría de las personas que nos lo dicen-, hacen que nos cuestionemos y sintamos aún peor. Es decir ¿Tan mala madre puedo ser que me siento mal? cuándo no debería más que sentirme bien y feliz... “¿Sos mamá? SOS FELIZ”, dicen. Punto. ¿Entonces, el resto de las cosas que nos pasan internamente están mal, las tengo que enterrar? ¿Soy una madre despreciable?
Cuando nos convertimos en madres, hormonalmente nos pasan muchísimas cosas que seguramente ustedes ya habrán tenido. Sufrimos muchísimos cambios internos y externos; y no sólo debemos lidiar con eso, cómo si no fuese suficiente. Esos cometarios llegan en un momento en el que estamos sin defensas y muy poco preparadas para recibirlos, y no tenemos la capacidad de desestimarlos y no tomarlos como algo cierto, personal.
Estamos tan sensibles que todo lo que nos digan, por más pequeño que sea, nos generan un enorme terremoto interno que solo aquellas que somos madres podemos sentir y entender… Entonces ¿qué tenemos qué hacer para que eso no nos afec...? ¡ESPEREN! ¿es esa la pregunta correcta? No sería mejor: Entonces… ¿por-qué-no-se-callan-la-boca?
Les mentiría si les digo que pensé que la maternidad me iba a resultar más fácil, y que yo también me comí ese verso de que las madres no tienen más que ser felices y respirar.
Con el tiempo me convencí de que la maternidad no es más que supervivencia pura y aprendizaje continuo. También es un acto de amor puro, sin dudas, en el que cada una de nosotras hace lo que mejor esté a su alcance; aunque a veces sintamos que no alcanza.
Para ser honesta, muy pocas veces se nos dice “lo haces bien”, “vos podes”, “¿Cómo estás?”; aunque muchas de las personas que nos rodean lo piensen o se preocupen. Pero pocas saben que eso es lo que necesitamos escuchar, porque vivimos llenas de dudas, de temores y de culpas.
Les mentiría si les digo que pensé que la maternidad me iba a resultar más fácil, y que yo también me comí ese verso de que las madres no tienen más que ser felices y respirar. De hecho, recuerdo que, de no tan pequeña, le preguntaba a cuánta madre conocía, qué sentía al mirar a su hijo, esperando de una respuesta que aludiera a la felicidad absoluta, y me sorprendía mucho cuándo recibía algo poco parecido.
También recuerdo criticar alguna que otra vez a una conocida que pasaba todo el día en casa con su niña, y que en cuánto llegaba su marido del trabajo “se la encajaba” diciendo que estaba cansada, que necesitaba poder hacer otras cosas. ¡Qué mal me siento! Porque jamás pensé en esa mamá, en su cansancio, en cómo se sentía, incluso en la culpa que podría generarle a ella ese acto de “encajar” su hija a su marido. Hoy, tengo ganas de abrazarla, decirle que la entiendo y lo más importante: VOS PODES.
Estamos tan sensibles que todo lo que nos digan, por más pequeño que sea, nos generan un enorme terremoto interno que solo aquellas que somos madres podemos sentir.
Actualmente, siendo mamá de Donato y con toda la información que leí para ser una madre perfecta, me lleno de culpa constantemente por cumplir sólo con un 25/30% de “lo aprendido” y de lo proyectado. Me cuesta mucho no cargarme con cosas o ideales que no me permiten vivir mis sentimientos libremente. Me siento observada si lo hago, o si pido ayuda… ¿Cómo es posible que no pueda sola?
Creo que no hay muchas cosas que colaboren a que ese chip de la culpa no se ponga en funcionamiento. Siento que, en muchos aspectos, la madre siempre fue juzgada, desde los inicios de nuestros días en la tierra, y muy poco comprendida. Como si la maternidad fuera una única cosa, simple y fácil.
Lo cierto es que no necesitamos muchas cosas para sentirnos mejor, y probablemente la culpa sea algo de lo más difícil de erradicar como mamás, en el tiempo y en las diferentes etapas de esta larga maternidark. Así que nos propongo intentar que cuándo aparezca la CULPA, nos digamos a nosotras mismas: LO ESTÁS HACIENDO BIEN.
LO ESTAMOS HACIENDO BIEN.
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