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Publicar ya no es un privilegio de escritores profesionales



Pese a todo lo que se ha dicho y vaticinado, a las redes y los blogs, la pasión por el libro impreso no decae, sino que se acrecienta entre quienes los escriben y los leen.


Publicar un libro ha dejado de ser un privilegio de escritores profesionales más o menos acovachados en sus torres de cristal. La explosión de la palabra a nivel masivo que generó la era digital, primero, y la proliferación luego de sistemas de impresión económicos y puntuales, capaces de convertir en un bello libro cualquier manuscrito y en tiradas que van desde un ejemplar a la cantidad que se quiera poner a circular, hicieron que el mero, gozoso placer de la escritura, no sólo fuese algo absolutamente realizable, sino, también, compartible al gusto de cada productor cultural. Y además, algo muy pero muy terapéutico.

Matices que hacen bien


Cualquiera puede escribir y es una suerte que sea así porque nada hay más democrático y sanador que el derecho y la posibilidad de hacerlo. Se dirá: cualquiera puede escribir, pero no cualquiera es escritor. Y tal vez sea cierto, desde un punto de vista académico o estético. Pero la verdad del presente (y las inmensas y crecientes cifras de auto editores que engrosan cada año las estadísticas de libros publicados lo demuestran) es que los libros siguen surgiendo como enredaderas salvajes desde la tierra fértil del intelecto colectivo.


En Estados Unidos, cuando explotó la crisis económica que lleva aires de convertirse en endémica, cientos de miles de trabajadores quedaron sin la comodidad del empleo fijo y como muchos pertenecían a la elite de personal jerárquico con muy buenos salarios, se volcaron a la práctica de la escritura de sus experiencias de vida o de sus fantasías largamente acumuladas, con lo que les sobraba de tiempo y de dinero.


En Argentina, donde se dice que hay más autores que lectores (y seguramente es verdad), no fue necesaria la interrupción violenta de la rutina laboral para hacer florecer los mismos anhelos: escribir se escribió siempre, pero la aparición de los blogs, inicialmente, y la inesperada cercanía de lectores en las redes sociales (sobre todo Facebook) dieron impulso a vocaciones poéticas soterradas, a maravillosos cultores de aforismos o géneros breves a la altura, a veces, de los mejores humoristas de la tradición, y a narradores expertos de micro relatos que ahora se llaman posts o entradas cuando antes podía ser que quedasen en un cuaderno o diario íntimo de por vida.



Historias privadas o sociales, misceláneas, observaciones y hasta recetas para el amor o la despedida de los seres queridos se encuentran por miles con solo abrir diariamente una red social.

El libro siempre permanece


Pero más allá de la virtualidad de esos textos, el amor a lo impreso sigue permaneciendo como una joya de la familia. Y está muy bien que sea así. La cultura con minúscula, esa que se construye con cada gesto cotidiano y en cada intercambio humano, se alimenta de una tendencia que no tiene visos de terminar. Por el contrario, mal que nos pese a quienes fuimos formateados en los grandes sistemas de reconocimiento -el que oscila entre las academias y el periodismo cultural-, esta avalancha de voces desordenada, heterogénea, compulsiva y caprichosa nos llena de incertidumbre.


¿Surgirán de este montón de libre-escritores las voces nuevas que pinten nuestra aldea global? ¿O serán sencillamente la manifestación modesta (inclusive en la vanidad), persistente, liberadora y feliz de quienes por fin descubren que el espacio de la palabra no tiene porqué ser exclusividad de unos pocos?


Tal vez, incluso, si el autor transita clases o tiene el celo y la voluntad suficiente como para asimilar las críticas generosas de especialistas, más de uno logrará traspasar la sutil frontera que va desde la expresión por expresar al arte de la verdad literaria cuando alcanza la belleza.


Vaya a ser como sea, lo indudable es que la creación humana no conoce límites ni prejuicios a la hora del decir; y que hoy, más que nunca en la historia cultural, la dicha de transmitir lo que se lleva dentro se ha vuelto una prioridad exquisita.

Alejandro Margulis – Ayesha libros - www.ayeshalibros.com

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