"Todas las familias italianas tienen su tonto particular, es decir, el idiota familiar, del que todos saben que nunca será capaz de ganarse la vida, y al que todos se consideran obligados a ayudar, sin reproches ni rencor. El tonto de mi familia era yo"
Un 15 de octubre de 1920 nacía en Nueva York el hombre que le daría vida a los personajes más amados y temidos del cine: Vito Corleone, Michael Corleone y toda su familia de mafiosos italianos.
“El Padrino no es en absoluto mi novela favorita, pero me disgusta que sea objeto de crítica por el solo hecho de haber sido un «best seller». No estoy en contra de ningún tipo de crítica, pero sí creo estar autorizado para hacer constar aquí que, desde el punto de vista técnico, El Padrino es una obra de la que un escritor profesional puede sentirse orgulloso. Y en modo alguno debe ser considerado un «best seller» de fortuna, sino más bien el producto de un escritor que ha estado trabajando en su oficio durante casi treinta años, y que, al final, ha logrado dominarlo”.
Siendo un italoamericano, antes de publicar El Padrino, Mario Puzo había intentado retratar la vida de las familias italianas en Estados Unidos, en dos novelas: La Arena Sucia y La Mamma. Pero claro, si bien fueron libros que recibieron cierta crítica favorable, no vendían lo suficiente y el escritor se veía sumido cada vez más en deudas. Le gustaba apostar, pequeño detalle.
Allí se empezó a gestar El Padrino: “Tenía cuarenta y cinco años y estaba cansado de ser un artista. Además, debía veinte mil dólares a familiares, financieros, bancos, corredores de apuestas y usureros. Había llegado el momento de madurar y de agotar las ediciones, como en cierta ocasión me había aconsejado Lenny Bruce”
A los editores no les gustaba el argumento de su nueva novela. Les parecía que iba a ser otro fracaso. Un editor le comentó, con perspicacia, que si en La Mamma hubiese habido algo más de «salsa mafiosa», el libro hubiese dado dinero.
“Había creído devotamente en el arte. No creía en la religión, en el amor, en las mujeres ni en los hombres como tampoco creía en la sociedad ni en la filosofía, pero durante cuarenta y cinco años había creído en el arte. Me había dado satisfacciones que en ninguna otra cosa había podido encontrar. Pero sabía que no podría volver a escribir otro libro, si el próximo no resultaba un éxito. La presión psicológica y económica sería excesivamente fuerte. Nunca había dudado de mi capacidad para escribir una novela comercial en cuanto me lo propusiese. Mis colegas, mi familia, mis hijos y mis acreedores me decían que había llegado el momento de jugar la carta de lo comercial, ya que, de no hacerlo, me iba a pique”.
Mario Puzo tardó tres años en escribir esa novela comercial- según él- llena de clichés y suposiciones. "Me avergüenza admitir que escribí El Padrino enteramente a base de indagaciones y datos. Nunca me he encontrado con un gángster digno de tal nombre. Conozco muy bien el mundo del juego y las apuestas, pero nada más. Cuando ya el libro se hubo hecho «famoso» —me presentaron a algunos caballeros del hampa—, sus palabras fueron muy halagadoras. No podían creer que fuera tan por completo ajeno a su mundo. Les parecía imposible que ningún Don me hubiese favorecido con sus confidencias. Pero a todos ellos les gustó el libro".
Cobrando un pequeño anticipo, Mario Puzo entregó el libro a su agente pidiéndole que todavía no se lo ofreciese a nadie, y se fue a Europa con su esposa y sus hijos. Volvió al tiempo, más endeudado y sin saber que su editor había rechazado una oferta de 375.000 dólares por los derechos de la versión de bolsillo de El Padrino. Así era el nuevo nombre del libro que él había entregado como La Mafia.
"A pesar de que había dado órdenes concretas de que el libro no fuese ofrecido a nadie, no protesté. Llamé a Bill Targ de Putman, quien me dijo que estaban dispuestos a aceptar cuatrocientos diez mil dólares, porque el récord estaba en cuatrocientos mil".
Llamó a su madre para contárselo, una italiana de ochenta años que entendía y hablaba muy mal el inglés. "¿Cuarenta mil dólares? preguntó. Le dije que no, que eran cuatrocientos diez mil. Tuve que repetírselo tres veces antes de que respondiera: No se lo digas a nadie".
"Bajé a mi cuarto de trabajo, dispuesto a llamar a mis hermanas y hermanos. La razón de esto es que todas las familias italianas tienen su tonto particular, es decir, el idiota familiar, del que todos saben que nunca será capaz de ganarse la vida, y al que todos se consideran obligados a ayudar, sin reproches ni rencor. El tonto de mi familia era yo".
"La voz de mi hermana era fría como el hielo. Empezaba a irritarme. Nadie parecía pensar que la cosa valía la pena. Mi vida entera iba a cambiar, ya no tendría preocupaciones monetarias. Ya no debería preocuparme la vida ni, casi, la muerte. Luego, mi hermana dijo: Te han dado cuarenta mil dólares por el libro. Me lo ha dicho mamá".
Estaba realmente exasperado con su madre. Después de repetírselo tantas veces, aún lo había entendido mal. Sus ochenta años no eran excusa. "No", dijo a su hermana, "fueron cuatrocientos diez mil". Inmediatamente obtuvo la reacción que deseaba: "A través del hilo oí una exclamación, seguida de un torrente de palabras. Luego volví a llamar a mi madre. Pero ¿cómo es posible que no me hayas entendido? Te he dicho cinco veces que no eran cuarenta mil dólares, sino cuatrocientos diez mil. ¿Cómo puedes equivocarte así? Hubo un largo silencio. Después, mi madre, en un murmullo, contestó: No ha habido equivocación. No quería que ella lo supiera.
Lo demás, es historia más que conocida: Francis Ford Coppola, Marlon Brando, Al Pacino, la música de Nino Rota...
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