Santa Cruz se descubre como la capital de la continentalidad americana mostrándole al Pacífico el mar interior, exactamente donde más tarde su situará la Ciudad Abierta.
Gigia Talarico se dio a conocer como escritora de cuentos infantiles y hoy se ha convertido en un referente nacional e internacional de este género, ha publicado cuatro libros de poesía, el último una coedición argentina/chilena, en los que se revela a una poeta delicada y fina que trabaja el verso cuidando la semántica de las palabras, dotándole de un sentido metafórico a todo el poema; también escribe cuentos y ha publicado una novela infanto juvenil: La sonrisa cortada, una obra de gran profundidad, así como un pequeño ensayo sobre un grupo de poetas que se formó en 1939. Gigia ha ganado varios premios, entre ellos el Premio nacional de poesía Santa Cruz, 2013, y el Dante Alighieri.
El espíritu de la palabra tituló Gigia a este libro y nada mejor para hablar de la poesía y exaltar la palabra. En este ensayo, escrito de manera erudita, revelador y minucioso, nos habla de la Santa Hermandad de la Orquídea, un grupo de poetas liderado por Godofredo Iommi Marini (1917-2001), un argentino que luego fundó la Escuela de Arquitectura de Valparaíso, Chile, “en base a los principios del suizo Le Corbusier, reformista universitario e impulsor en tiempos de Salvador Allende, de la comunitaria Ciudad Abierta de Ritoque, destinada a albergar a jóvenes urbanistas. Ese liderazgo o gravitación de Iommi fue ejercido sobre los demás pontífices del grupo, los también argentinos Efraín Tomás Bo, Juan Raúl Young, y los poetas brasileños Gerardo Mello Mourao, Abdías Do Nascimento y Napoleón López Filho”, relata Gigia.
La investigación de Gigia y las entrevistas que realizó dieron como resultado un hermoso texto que se constituye en un homenaje a la amistad de un grupo de jóvenes poetas y una celebración de la poesía. El ensayo se abre como una reveladora cita del filósofo alemán Martín Heidegger, que dice “La palabra es la casa del ser”, y eso me trajo recuerdo de que en alemán la palabra “ser” significa existencia y pertenencia, lo que me llevó a pensar que existimos en la palabra y pertenecemos a ella. Gigia, de entrada, me hizo reflexionar.
Para la Santa hermandad de la Orquídea, cuya consigna era “Dante o nada” como un homenaje al poeta de La divina comedia, la poesía también era una excusa para hablar de filosofía, de arte, de arquitectura y, por supuesto, de literatura. Sobre esta variedad de temas, Gigia nos informa que uno de los poetas, Edisón Simmons, un panameño que luego se unió al grupo, “creía firmemente en la existencia del libro del saber infinito, que recorre el mundo desde hace milenios, acaso el libro del conocimiento —o del desconocimiento— primigenio y cuya sola visión tendría poder iniciático y permitiría la lectura de las antiguas lenguas en que está escrito, ampliando el espíritu y la posibilidad de crear”.
Esta Hermandad, que se mantuvo unida por más de seis décadas, algo inusual en grupos poéticos, dio como resultado muchas obras poéticas, entre las que se destaca el extenso poema Amereida, y la posibilidad de hacer de la palabra América un verbo, el verbo “americar”, toda una propuesta poética. El libro nos enseña tanto la poética de esta Hermandad como la poemática que los impulsaba o inspiraba a escribir. Capital poética de América – Santa Cruz de la Sierra.
Este grupo, que se convirtió en una vanguardia literaria, recorrió muchos países y nombró a Santa Cruz de la Sierra capital poética de América, un título que muy pocos cruceños y bolivianos lo saben, así como también se ignora que en la ciudad misma, en la plazuela Callejas, a pocas cuadras de la plaza 24 de Septiembre, se encuentra un imaginario centro geográfico de Sudamérica.
Leamos el descubrimiento de Gigia: “La travesía poética que deriva en la obra Amereida y luego en la Ciudad Abierta de Ritoque recorre de Tierra del Fuego a Santa Cruz de la Sierra, a la que declaran capital poética de América por su situación geográfica en el corazón mismo de Sudamérica, donde según ellos se juntan la llanura y la selva, los dos mares interiores de América, y donde se produce una hipotética inversión estelar que representa también la inversión de los ejes de América. En ésta, Chile, con su larga costa, se juega en la vinculación del mar interior con los océanos y la Ciudad Abierta se ubica debido a eso, en el mismo borde del océano Pacífico, o sea en el remate del mar interior que va desde el Atlántico hasta el Pacífico. Santa Cruz se descubre como la capital de la continentalidad americana mostrándole al Pacífico el mar interior, exactamente donde más tarde su situará la Ciudad Abierta. En esta inversión, la estrella polar se convierte en Cruz del Sur y sale de debajo de la tierra y ve las estrellas. Hay algunos puntos de vista distintos, por ejemplo, Amereida estudiada por el filósofo François Fedier es un asunto que tiene que ver con el norte, el parte del sol, no de polo (…)
El viaje se realizó en una camioneta y llevaron consigo máscaras y otros implementos de juego, que sirvieron para organizar los actos y representaciones poéticas y teatrales. Así, aunque a Santa Cruz no llegaron porque la policía boliviana no los dejó pasar (era fines de 1965 y ocurrían cosas en Bolivia) esa ciudad quedó como una referencia importante para las demás travesías, las cuales se realizan constatando en todas ellas su distancia hacia ella. Cuando se hizo ese camino, que es el de Amereida, quienes ya estaban en la posibilidad de concebir la Ciudad Abierta iban reconociendo América según ese trastrueque radical de invertir lo que fue sur por norte, hacia la que se les mostraba como la capital poética del continente a lo largo de la travesía: Santa Cruz de la Sierra”, nos informa la poeta. Por Homero Carvalho Oliva
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